El docente como promotor de la inteligencia emocional del alumno
Una de las razones
por la que el docente debería poseer ciertas habilidades emocionales tiene un marcado
aspecto generoso y una finalidad claramente educativa. Para que el alumno
aprenda y desarrolle las habilidades emocionales y afectivas relacionadas con
el uso inteligente de sus emociones necesita de un “educador emocional”. El
alumno pasa en las aulas gran parte de su infancia y adolescencia, periodos en los
que se produce principalmente el desarrollo emocional del niño, de forma que el
entorno escolar se conforma como un espacio privilegiado de socialización
emocional y el profesor/tutor se convierte en su referente más importante en
cuanto actitudes, comportamientos, emociones y sentimientos. El docente, lo quiera
o no, es un agente activo de desarrollo afectivo y debería hacer un uso
consciente de estas habilidades en su trabajo.
Los profesores son
un modelo a seguir por sus alumnos en tanto son la figura que posee el conocimiento,
pero también la forma ideal de ver, razonar y reaccionar ante la vida. El
profesor, sobre todo en los ciclos de enseñanza primaria, llegará a asumir para
el alumno el rol de padre/madre y será un modelo de inteligencia emocional
insustituible. Junto con la enseñanza de conocimientos teóricos y valores cívicos
al profesor le corresponde otra faceta igual de importante: moldear y ajustar
en clase el perfil afectivo y emocional de sus alumnos.
No podemos dejar toda la responsabilidad del
desarrollo socio-afectivo del alumno en manos de los docentes, especialmente
cuando la familia es un modelo emocional básico y conforma el primer espacio de
socialización y educación emocional del niño. Además, incluso cuando el profesorado
esta consiente de la necesidad de
trabajar la educación emocional en el aula, en la mayoría de las ocasiones los
profesores no disponen de la formación adecuada, ni de los medios suficientes
para desarrollar esta labor y sus esfuerzos con frecuencia se centran en el
diálogo ante el cual el alumno responde
con una actitud pasiva.
Por esta razón, padres y profesores deben comprometerse en estas tareas y, de forma conjunta, proporcionar
oportunidades para mejorar el perfil emocional del alumno. Así pues, los padres
en la relación con sus hijos deben adoptar lo que se conoce como un estilo
educativo democrático en contraposición a otros menos beneficiosos como son el
estilo autoritario, permisivo o de no-implicación. El estilo democrático requiere
por parte de los padres una exigencia pero también una afinidad. Por un lado
deben exigir el cumplimiento de las demandas acordes a la madurez del niño,
pero a la vez incentivar la toma de decisiones, mostrar cariño y escuchar las opiniones del niño y conocer sus gustos
y preferencias.